La presencia: práctica de una vida intensa

¿Tengo una vida intensa? ¿Cómo estar más conectado con los buenos propósitos? ¿Cómo hacer para que las experiencias vividas sean memorables? Estas son algunas preguntas que rondan la cabeza en momentos de reflexión y más aún ante la decepción.

Por mi trabajo acompañando ejecutivos, equipos y a personas de “a pie” en sus procesos de desarrollo, suelo escuchar expresiones de este tipo: “No tengo tiempo para mí”, “siempre estoy pendiente de qué sigue”, “nunca es suficiente con lo que hago” “Siento prisa e insatisfacción”.

 Veo gente que corre como “gallina sin cabeza” sin saber muy bien en que  sentido o dirección, esto cuando yo mismo logro parar y observar la realidad que me rodea.

Me duele ver gente tratando fallidamente de encontrar equilibrio entre la vida personal y la laboral, pagando un alto precio por ello; o tratando de administrar mejor su tiempo para lograr ser productivos, y paradójicamente, renunciando a partes esenciales de sus vidas. Veo renuncias como a la maternidad o la libertad, y veo matrimonios que se marchitan por no ser capaces de encontrar acuerdos de convivencia armónica a la hora de construir un proyecto de vida bueno para ambos. Y esto, en principio, por no ser hábiles para tener conversaciones significativas, profundas y actuar en consecuencia.

 En ocasiones, aquello que se elige para que “nos vaya bien” puede ser que lo que acabe con el “nosotros”. Quizás se decide tener hijos y después ambos se pierden como pareja, o se accede a un halagüeño puesto gerencial y de repente se ha perdido de ver crecer a sus hijos; o una pareja en la que uno de los dos emprende un camino de desarrollo personal y el otro que queda rezagado, mientras pierden sintonía y lo que es mortal para la pareja, la admiración.

Hay elecciones que representan un dilema aparentemente irresoluble. Tal es el caso de la forma en que empleamos el recurso limitado y escaso del tiempo. ¿Sacrificio o Sacrilegio?  Ambas a la vez, pues puede ser un sacrilegio priorizar el éxito en el trabajo o los negocios para construir un patrimonio, en lugar de compartir  tiempo con los hijos, si se tienen, o la pareja ya que ciertamente este tiempo nunca volverá.

Mientras que el sacrificio que implica emplear ese tiempo y energía en proveer a la familia de un “buen nivel de vida”, puede ser compensado con tiempo de calidad. Lo cualitativo puede compensar  lo cuantitativo, en relación al tiempo, y evitar el sacrilegio. Por esto se vuelve crucial incrementar el nivel de presencia. Estar muy presente, en cada conversación con nuestra gente, con la mirada intensa del que sabe que ésta puede ser la última vez que nos miramos, le daría a cada contacto profundidad y significado, brillo e intensidad.

 Estar presente permite discernir las necesidades propias incluso las agenas y aquello que es realmente importante y significativo. Evita perder el foco de aquello por lo que merece la pena luchar con la paradoja y la complejidad, aquello por lo que es posible hacer renuncias y sacrificios. 

También veo que las personas buscamos hacer todo tipo de actividades para sentir la tan anhelada realización personal; desde deportes intensos a expediciones arriesgadas, pasando por actividades de servicio social y comunitario o de índole religioso o artístico; salir de fiesta a “desconectar”, tomar alcohol, trasnochar, buscar relaciones nuevas, prohibidas, tóxicas, dependientes y complicadas, todo, para sentir una vida intensa, “una vida bien vivida”. Parece una carrera en la que no aplica pararse a reflexionar sobre el sentido de tal frenético movimiento.

Es muy poco tiempo el dedicado a estar realmente haciendo lo que se hace. En la mayor parte de las conversaciones, mientras el interlocutor expone su perspectiva, de este lado se piensa en qué se va a contestar, acechando el momento en que decida tomar aire para clavar nuestra opinión preconcebida y generalmente juiciosa, sin más pretensión que defenderse o justificar algo para sentir “seguridad”.

 A veces estamos haciendo una tarea pero con el deseo de hacer cualquier otra; o haciéndola y pensando en qué sigue. Se pone música para leer, más rara vez, se escucha música con atención, se pone la tele para hacer cosas por casa o se tiene la televisión en el cuarto y extrañándonos después  de que “ya no hablamos como antes”, o “ya no hacemos el amor”. Se visita un lugar y se observa a través de la pantalla del celular mientras se transmite a las redes sociales. Se pasa tiempo en familia, mientras se piensa en los amigos, y cuando se convive con amigos se chatea con los ausentes. Manejamos mientras pensamos en el trabajo y en la oficina soñamos con manejar lejos del trabajo. Deseando y recordando, brincamos del apasado a al futuro, y volviendo sobre las páginas de lo no entendido, se nos pasa la vida que es un continuum del momento presente, donde somos el gran ausente. 

Y es que lo contrario a la conciencia es la mecanicidad, entrar en piloto automático mirando “como la vaca mira al tren” la vida que se nos escapa carente de intensidad.

La atención, es el timón de la conciencia y nosotros somos eso, “una conciencia que percibe”.

La vida es más intensa en la medida que seamos capaces de estar más presentes. Si estoy realmente presente, cada detalle de la vida se torna apasionante. Cualquier cosa sobre la que se ponga la atención real y profundamente brinda una experiencia única. Escuchar en conciencia una pieza de música percibiendo los matices y colores de cada instrumento al entrar y salir en perfecta matemática mueve resortes íntimos del alma, si o sí; conversar con una intención clara de querer entender la forma de ver el mundo del otro desde el respeto irrestricto a su libertad nos une indefectiblemente. Dialogar con las sinuosas formas de una escultura, contemplar sin prisa un paisaje o compartir compasivamente un silencio que acompaña y contiene a otro ser humano, es posible para todos. De esta manera es posible realizarse en cada actividad en lugar de buscar actividades para realizarse.

 La mayor cantidad de sufrimiento innecesario tienen que ver, a mi juicio, con conversaciones que no se han tenido, o lo que es igual, por conversaciones desde la ausencia, la ausencia de la presencia. 

Para acceder a este estado de presencia es necesario tener una intención clara y determinada, dedicar tiempo a la actividad, (sea la que fuere), y una actitud de total aceptación de lo que está aconteciendo.

Por lo anterior concluyo que la presencia es aquello que le confiere intensidad brillo y esplendor a nuestra vida y nos acerca a la realización personal. Es desde la presencia que se puede estar conectado con los propósitos. Estando presente la vida ordinaria se convierte en especial.

Para alcanzar y sostener el estado de presencia se debe actuar deliberadamente y practicar constantemente el “arte de volver a empezar” reenfocándonos, lo que nos faculta para descubrir esta vida rebosante de posibilidades, donde solo “el dormido” se puede llegar a aburrir. Este artículo está basado mis aprendizajes personales de varios Maestros como  Eckhart Tolle, Dr. Alfonso Ruiz Soto, Fred Kofman entre otros otros

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *